Mi parra llorona.
(Otro aprendizaje de “poda” entre líneas)
Estaba finalizando mi escuela primaria, cuando fue mi primer acercamiento a la poda de la vid.
Tenía unos doce años.Mis padres alquilaban una casa en el Barrio Trapiche de
Godoy Cruz.
Yo de poda no tenía idea alguna.
Juan Carlos, un amigo de mi padre, sí.
Es egresado del Liceo Agrícola y Enológico “Domingo Faustino Sarmiento”, colegio al que ingresaría yo al año siguiente.
Era el primer año que vivíamos en esa casa con un parral en el patio, nunca antes habíamos vivido en otra igual.
Con parral.
Pasó el invierno y con ello los días fríos, fue el primer año que nevó en Godoy Cruz a principio de los años ochenta que yo recuerde.
Habiendo vivido en otras provincias, aquello de la nieve era una novedad.
En cuanto al parral, era algo nuevo para mí, pero los conocía por el que había en la casa de mi abuela.
Comenzaron los días más largos y con ello los primeros calores.
Juan Carlos le dijo a mi padre que tenía que podar ese parral porque si no tendríamos muchas uvas y pequeñas porque hace tiempo que no lo recortan.
Dicho esto, averiguaron por el vecindario si había alguien que supiera hacer el trabajo, pero la búsqueda fue infructuosa.
Podaban sus plantas y nada más.
Un par de viernes más tarde, ya recorriendo los días de septiembre, Juan Carlos vino nuevamente a visitarnos y observó que el parral seguía sin ser podado.
Se ofreció a regresar al día siguiente a “meter tijera y serrucho”.
Ofrecimiento aceptado, claro está.
Llegó por fin el día, era la siesta (cerca de las 15:00 h.), munido con la tijera y una escalera corta comenzó la tarea.
Me enseñó lo que es un “cargador” y un “pitón” (que nada tiene que ver con cosas raras).
Oscureció cuando había concluido con las tres plantas que habían.
No eran tan grandes, pero entre la clase, la charla, los mates y galletitas, se hizo la noche.
Domingo por la mañana, a salir a jugar al patio luego del desayuno.
Los que peinan canas como yo, recordarán que con 12 años todavía jugábamos con los autitos, y las niñas con las muñecas.
Así es como saliendo a la galería me encontré el patio “mojado”.
Sorprendido, miré a mi madre y nuevamente al patio.
Ella me preguntó qué había visto.Era evidente mi cara de sorpresa.Le conté que el parral estaba llorando.
Sonrió y me explicó diciéndome que era la savia, que como se había podado podíamos observar el inicio de la actividad de las plantas luego del reposo invernal y que estaban por brotar.
Dicho y hecho.
Un par de días más tarde el “llanto” había cesado y una semana después las primeras hojas se desplegaban al sol.
Todavía recuerdo unos frascos colgados de las plantas recolectando ese líquido vital porque decían que era bueno para enjuagar el pelo luego del lavado.
Hoy, cuando escribo estas líneas, lo recuerdo.
Tendré que llamar a mi madre para ver si dio resultado.
Aunque creo que fue la primera y última vez que lo hizo.
Tal vez no vio resultados.
Hoy también sé que esa “savia” es una mezcla de agua, sales minerales absorbidas por las raíces y mayoritariamente compuestos orgánicos de
reserva que emplean las plantas en esa primera etapa de crecimiento del ciclo
vegetativo.
¿Alguna planta en tu casa también lloró?
Hace unos días recortando unas ramas largas de un abedul se repitió el fenómeno, y me llevó a recordar esta historia que hoy te cuento.
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