Tapadas a más no poder.
(Una historia de «siembra» entre líneas)
Te he contado alguna vez que el patio de la casa de mi abuela en Luján de Cuyo era un lugar para mis prácticas de jardinero y agricultor en potencia.
Desde muy temprana edad estaba con mis lecturas y ensayos agrícolas.
Soñaba con algún “super cultivo”.
O con algo poco común para la zona como pistachos u hongos.
También con el azafrán.
Lo cierto que mis pensamientos divagaban por un sinnúmero de ideas, algunas que con los años me sorprendieron porque se llevaron a cabo.
En la historia de hoy te contaré sobre un “super alimento” o al menos así lo entendía yo a mediados de los ochenta.
La quinoa o quinua.
Me puse a investigar sobre ella y las particularidades de su cultivo.
Consideré que las condiciones del patio de mi abuela eran perfectas para dicha planta, solo me faltaban las semillas.
Busqué por muchos viveros, tiendas de semillas y más, de manera infructuosa.
Algo encendió mi lamparita e hizo que me dirigiera a la delegación del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) de Mayor Drummond en Luján de Cuyo, cerca de la facultad de agronomía donde iría años más adelante.
Encontré allí un grupo humano y de profesionales excelente, con fervientes deseos de ayudar.
Allí me dijeron que la delegación de La Pampa estaba haciendo ensayos y que me podía comunicar con ellos.
Y me facilitaron los datos de contacto.
Llegué a la casa que mis padres alquilaban en Godoy Cruz por quel entonces y me puse a escribir esa carta de presentación comentando mis intenciones y solicitando una muestra de semillas para mis ensayos.
Unos dos meses después llegó una pequeña encomienda.
Del INTA de La Pampa.
Un kilogramo de semillas de quinoa había llegado.
Mi cara de felicidad era equivalente a la de cualquier niño de hoy y de ayer con un tremendo juguete nuevo.
No veía llegar el fin de semana para ponerme a trabajar de cabeza en el patio de mi abuela.
Por fin sábado.
Armado de las herramientas que eran de mi abuelo cuando tenía su finquita, fui a picar y remover la tierra.
Dura como piedra por los años que ese sector no recibía más agua que de la lluvia.
Lo cierto es que me llevó tres sábados picar, remover el suelo, además de armar una pequeña acequia para que llegara el agua desde la parte frontal del
patio hasta el fondo, unos 35 metros más lejos.
Llegó el día, el cuarto sábado, y momento de la siembra.
La luna en cuarto menguante.
Mi abuela me había enseñado que esa fase lunar era la ideal y que las plantas crecían mejor si la tenía presente al momento de trabajar la tierra.
Armé los surcos, coloqué dos semillas por orificio, y las tapé suavemente.
Podría haber hidratado las semillas, pero no conocía por entonces dicha práctica.
Ahora el agua.
Puse la manguera en el extremo de la acequia que había hecho, abrí la canilla (grifo) y esperé pacientemente que el agua, unos quince minutos más tarde, llegara y regara bien mi primer cultivo de quinoa.
Le pedí a mi abuela que por favor la regara el miércoles y el viernes que volvería el sábado para ver cómo avanzaba todo.
Por lo que tenía entendido, en cuatro o cinco días comenzarían a emerger las nuevas plantitas.
Por fin sábado.
Luego de llegar del colegio, porque en esa época teníamos materias que acompañaban a la educación formal (folclore, flauta dulce, y otras).
Almorcé y le pedí a mi madre que me llevara a la casa de mi abuela.
Saludé y derechito para el fondo.
A ver mi primer cultivo.
Nada había emergido, nada.
Me puse a regar por un rato.
Medio triste le pedí a mi abuela nuevamente que regara durante la semana.
Otra semana y nuevamente, nada.
Esta vez, frustrado y con el ánimo por el suelo, volví a la cocina en donde mi madre y abuela estaban charlando y tomando mate.
Al ver mi cara me preguntaron qué me pasaba y le conté que ninguna semilla había germinado.
En eso, recordando las prácticas agrícolas de mi abuelo, quisieron saber cómo había trabajado.
Le expliqué.
En realidad, enumeré las tareas de preparación del terreno y más.
Mi abuela me dijo, ¿cómo colocaste las semillas?
Había hecho un hoyo con el dedo de unos tres centímetros de profundidad, coloqué tres semillas allí y tapé.
Por las “dudas” di un par de palmaditas sobre cada punto para asegurarme el contacto de la semilla con la tierra.
Ahí está el problema, me dijo.
Nunca debes colocarlas tan profundo semillas tan pequeñas y menos compactar la tierra por encima.
Hasta el día de hoy no logro explicarme cómo hice semejante “barbaridad”.
Con energías renovadas, volví al patio.
Desarmé los surcos y armé todo de nuevo.
Ahora la semilla estaba bien cerquita de la superficie.
Una semana más tarde, mis plántulas de quinoa se asomaban por la superficie.
Qué alegría y sensación de victoria me invadió.
Otro día tal vez te cuente qué pasó con esas plantas.
Fiel a mi costumbre, fui a los libros en busca de información.
¡Cómo no lo hice antes!
La ansiedad me ganó esa vez, como en otras tantas.
Ahora te puedo contar sobre una regla muy general del principio de la siembra y evitar fracasar en el intento.
“La profundidad de siembra debe ser aquella que no supere el doble del diámetro mayor de la semilla”
Te lo muestro mejor con imágenes.
Ésa es la medida a tener en cuenta como regla general, pero no es aplicable al 100% de las plantas y no es el único factor a tener en cuenta.
Si quieres más información sobre todo lo que tenés que considerar cuando quieras multiplicar tu planta favorita por semilla, deja un comentario o envía un correo a contacto@claudiodoratto.com.
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Es muy importante para poder contar aquellas cosas que te interesan.
Muchas gracias!